Nos encontramos en una sociedad donde la evaluación está a la orden del día, pues ésta nos acompaña de forma diaria en nuestras vidas: los exámenes del colegio, las entrevistas previas para optar a un puesto de trabajo, cientos de ojos inundados por una cultura llena de prejuicios, etc. Es por eso, que, ¿quién no ha sentido miedo alguna vez a ser evaluado?
Como bien me explicó un profesor de la Universidad de Barcelona, el miedo acostumbra a ser un sentimiento de duración breve centrado en una situación concreta del presente que promueve evitación o huida. Todo el mundo lo hemos sentido ante una situación importante, dónde uno se encuentra más activado tanto física como psicológicamente. La ansiedad, sin embargo, no provoca esta evitación y huida que es característica del miedo, sino que hace que la persona que la sufre se muestre hipervigilante ante amenazas futuras de carácter difuso, experimentando un malestar (incluso más intenso que en el miedo) que se mantiene de forma prolongada. Las sensaciones son similares a las del miedo, pero se expresan de manera desproporcionada.
Así pues, entender bien la diferencia entre estos dos conceptos es indispensable para poder atender la gravedad de los resultados de un estudio que se realizó en Murcia. Éste, que se centra en uno de los ámbitos que genera más ansiedad, trata de la evaluación académica. En dicho estudio participaron 859 alumnos que cursaban Educación Secundaria y Bachillerato. Sé mostró que aquellos alumnos con peores calificaciones y con mayor frecuencia de cursos repetidos, eran los que experimentaban mayor nivel de ansiedad. Por lo tanto, una conclusión que podríamos sacar de estos resultados es que los alumnos con más presión ambiental (ya sea por encontrarse en el límite del suspenso o bien por estar repitiendo) son los que afrontan la evaluación de la manera menos adaptativa.
Centrándome en este fenómeno a nivel académico, creo que muchos estudiantes viven los exámenes como amenazantes, peligrosos o insuperables, lo que les lleva a sentir miedo. Pero esta interpretación, puede llegar, en ocasiones, a ser exagerada hasta el punto de entorpecer las funciones necesarias para preparar adecuadamente los exámenes: la función cognitiva, analítica, matemática, racional o lógica. En el peor de los casos, esta situación podría desembocar en un desenlace no deseado: bloqueo para demostrar los conocimientos durante la ejecución de la prueba, una reducción del rendimiento y una focalización errónea del problema; dejando de lado el objetivo principal que es estudiar, para centrarse en aquellos pensamientos que generan este gran malestar.
Por lo tanto, creo en la importancia de ser conscientes de la realidad en la que nos encontramos y sobretodo, en la importancia que tiene ponerle remedio. Tenemos que confiar en todo lo que hacemos, hecho que nos permitirá crecer tanto personalmente como académicamente de una forma más segura. Consecuentemente, la actitud adoptada nos ayudará afrontar las situaciones cuotidianas sin temor aparente, por lo tanto, de una manera más adaptativa. Con ello conseguiremos dejar atrás todos aquellos pensamientos a los que nos aferramos cuando pensamos en la posible evaluación negativa que puede hacer el ambiente sobre nosotros y a la vez, nos alejaremos del malestar psicológico y fisiológico que genera la ansiedad.
Cristina Cano Olivar
Referencias
Jarne.A y Talarn.A, (2015),Manual de psicopatología Clínica, España, Herder.
Rosa Torrano-Martínez, Juan M. Ortigosa-Quiles, Antonio Riquelme-Marín, & José A. López-Pina . (2017,2 de mayo). Evaluación de la ansiedad ante los exámenes en estudiantes de Educación Secundaria Obligatoria. Revista de Psicología clínica con niños y adolescentes. Recuperado de: http://www.revistapcna.com/sites/default/files/16-17_0.pdf
Imagen: Pixabay
Autor: Tumisu
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