El avance de la ciencia, un progreso que no siempre está al servicio de la humanidad, al menos no de la forma más directa. Sin embargo, no faltan líneas de investigación que traten de maridar el conocimiento teórico con la práctica para conseguir enfrentar los problemas que afectan a nuestra sociedad.
(Arriba): Sara Gómez y Diego García
(Abajo): Miguel Ángel Pascual, Óscar Di Pasquale y Natalia Gómez
Este es el caso del proyecto I-CHAIR, una iniciativa liderada y desarrollada enteramente por estudiantes de grado, en un equipo multidisciplinar apoyado por la Universidad de Cantabria, concretamente a través del programa e2 de CISE (Centro Internacional Santander Emprendimiento)
El equipo se encuentra formado por un empresario mentor y cinco jóvenes estudiando carreras de lo más dispares (Ingeniería eléctrica, Matemáticas, Derecho, Marketing y Medicina) pero todos con un mismo objetivo: trabajar para cambiar la vida de las personas dependientes de sillas de ruedas.
“La bautizada como “I-CHAIR” supondría un avance en cuanto a comodidad, tutela sanitaria, y asistencia” afirma el equipo. Para enfocar el diseño de esta tecnología se han tenido en cuenta los principales inconvenientes derivados de las sillas de ruedas, los cuales han sido recogidos mediante entrevistas que el equipo tuvo con diversos profesionales de hospitales y residencias como el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla y el Hospital de Santa Clotilde. Pero, ¿cuáles son las novedades que esta silla nos ofrece?
Se trata de una silla de ruedas a motor, hasta aquí como tantas otras, la diferencia radica en el diseño de estos motores. Dos pequeños rotores, compactos y distribuidos en los laterales del asiento (en lugar de en el centro), permiten que toda la estructura de la silla pueda plegarse a diferencia de los otros modelos eléctricos del mercado. Sus características en cuanto a portabilidad no acaban aquí, su estructura es de aluminio, un metal ligero que ha contribuido a reducir el peso total de la silla a apenas 30kg; “un 60% más ligera que cualquier otra silla eléctrica del mercado” asegura el equipo.
El otro as en la manga de la I-CHAIR es su sistema electrónico. Este integrará la información recogida por distintos sensores distribuidos por la silla, midiendo la humedad del asiento y algunas constantes vitales del usuario, simplificando la monitorización continua por parte del personal sanitario. Para ello se ha dispuesto de un micro-procesador ARM-Cortex-A-53 de cuatro núcleos, 1 gb de RAM y Wi-Fi.
Como aderezo final la silla se servirá de un asiento eléctrico reclinable hecho de material viscoelástico, previniendo así la aparición de úlceras de presión, así como otras patologías posturales asociadas a estos tipos de dispositivos.
No es un secreto que el mundo de la biomecánica está en una constante revolución, en parte por el avance en las ciencias básicas sobre la que se sustenta, y en parte por la inercia del mercado empuja a las empresas a estar arrojando constantemente nuevos productos que no son más que viejos productos bajo un nuevo nombre. Es precisamente por este último motivo por lo que podemos considerar la tecnología de la I-CHAIR como la base de una nueva generación de sillas de ruedas. Una solución real y elegante a los inconvenientes derivados de los modelos antiguos, un cambio verdadero y no basado en la presión de mercado, un proyecto honesto y sin dobleces, como muchos otros que desarrollan otros grupos de estudiantes repartidos por el mundo. Sin embargo, el pecado de estos emprendedores es su propia juventud. Una juventud que suele asociarse a una natural falta de músculo mediático, lo cual es la clave para conseguir subvenciones. Una ayuda económica sin la cual estas grandes ideas deberán resignarse a verse exactamente así, como ideas, sólo como ideas. Este es precisamente el problema que se encuentra ahora mismo la iniciativa I-CHAIR, la falta de esponsorización les impide llevar su proyecto a la práctica a través de un prototipo completamente funcional.
Tal vez, si consiguiéramos centrar los focos de atención pública en el esfuerzo de gente como el equipo de I-CHAIR conseguiríamos empezar a cambiar las cosas, facilitaríamos que las subvenciones llegaran a equipos pequeños y altruistas como estos, y que muchos otros jóvenes se embarcaran en proyectos similares, poniendo rumbo a un cambio de paradigma que insuflaría aire nuevo en el mundo de la investigación.