Transfobia y el modelo biomédico.

Sin duda, uno de los eventos más mediáticos del 2017 en la Comunidad de Madrid fue la puesta en circulación del famoso autobús de Hazte Oír. No es la primera actuación que realizan ya que, en noviembre de 2016 envió un panfleto sobre lo que llamaban “¿Sabes lo que quieren enseñarle a tu hijo en el colegio? Las leyes de adoctrinamiento sexual” en el que criticaban los nuevos materiales y contenidos que abarcaban la diversidad afectivo-sexual y de género de la actual ley educativa.

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Sin embargo, el mensaje que llama poderosamente la atención fue de este autobús que venía a decir “Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva. Que no te engañen. Si naces hombre, eres hombre. Si eres mujer, seguirás siéndolo”. Esta campaña de Hazte Oír surge como respuesta a una campaña realizada por la asociación Chrysallis, entre los días 10 y 16 de enero, sobre la visibilización de los y las menores trans. Lo llamativo de este mensaje del bus, que nos daría para un análisis en otra editorial completa, no fue el propio mensaje, sino que fue cómo muchas personas defendieron los derechos de personas trans con ingeniosas modificaciones del mensaje original. Finalmente, se prohibió circular dicho bus debido a que vulnera los Derechos Sexuales y Reproductivos, y por ende, los Derechos Humanos.

Todo este debate me ha llevado, como profesional de la Psicología, a reflexionar sobre la patologización de las personas trans, ya que un modelo biomédico (y no la experiencia de las personas trans) ha imperado y sigue imperando en la sociedad, recoge unos criterios de “diagnóstico” (que debería ser detección, que sería menos estigmatizante) que son tremendamente desfasados y anclados en los conceptos más rancios y tradicionales del género. Actualmente se sigue utilizando el Test o Experiencia de la Vida Real, donde se lleva a estas personas a que expliquen o se “comporten” según el género con el que se identifican. Ésto les lleva a que, debido a la dificultad de acceso para las operaciones de mastectomías o mamoplastias y de la hormonación, deben “performar” o interpretar los criterios diagnósticos con el fin de poder acceder a los informes que les permitirán acceder a estos servicios. Lo más terrible de todo esto es que el “diagnóstico” de tu identidad es realizado por profesionales ajenos a la propia persona, vulnerando otra vez los DDHH. Estos profesionales pueden tener prejuicios hacia el colectivo trans (obviamente potenciado por una cultura transfoba y especialmente transmisógina), que lógicamente influencian en el seguimiento médico de estas personas, no solo en temas trans, también en enfermedades y trastornos que puedan tener a lo largo de la vida.

El DSM-5 (2013) pretendía romper con esta estigmatización, cambiando transexualidad por disforia de género pero vuelve a caer en los mismos criterios anticuados, mezclando constantemente sexo y género, así como el uso de “fantasía referentes a pertenecer al otro sexo” cuando no es que tengan fantasías, es que son. Por ejemplo, una mujer trans es una mujer trans, no un hombre que tiene fantasías de ser mujer. Además, muchos de estos criterios no los cumplirían muchas de las personas trans y algunas personas cis (no trans) podrían cumplir algunos criterios. El CIE-11, que será sacado en 2018, en su borrador incluye la Incongruencia de género en la adolescencia y la adultez e Incongruencia de género en la infancia, que aunque intenta mejorar respecto al DSM-5 sigue siendo patologizante.

El mayor temor de la medicina en este campo es lo que se llama la reversión. Diversos estudios como el de Cohen-Kettenis et al., (2003) y el de Wallien y Cohen-Kettenis, (2008) recogidos en el libro de Infancia y Transexualidad (2016) de Juan Gavilán pretenden mostrar que menores con disforia de género en la infancia mantienen en un porcentaje muy bajo el “diagnóstico” de transexualidad (entre un 6 y un 23 % en niños y entre un 12 – 27 % en niñas) y el resto termina por definirse como personas no heterosexuales, quedando como conclusiones que la disforia de género desaparece en la adolescencia en un porcentaje muy alto. El análisis de estos datos, partiendo de la muestra tan baja (N=77) debería plantearse desde que la disforia de género no es igual a ser trans, ya que la disforia de género es un conjunto de personas que no encaja en los angostos modelos de los géneros binarios.

Como conclusiones, cuando la disforia de género se produce en la mayoría de la población LGTB y en personas no LGTB, a lo mejor es problema no reside en que haya reversión si no que el problema surge de las bases del modelo biomédico. En este caso, debemos incluir la perspectiva psicosocial y la perspectiva de las familias de personas trans y de personas trans para realizar el mejor seguimiento de la salud de dichas personas y no centrarnos tanto en diagnosticar o no. De hecho, estos pasos que se están realizando con la temática trans desde los manuales diagnósticos de trastornos recuerdan a la despatologización de la homosexualidad de dichos manuales, incluyendo los pasos previos a la eliminación completa (como el CIE-11) de separarlos de los demás trastornos como veíamos con la homosexualidad egodistónica en el DSM-III. Por tanto, veo un futuro idílico en el que eliminan de todos los manuales diagnósticos y comienzan a incluirse a las propias personas trans, tanto en investigación como en su propia asistencia médica.

 

Por: Miguel Calvo Pérez

Imagen de: Etereuti

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