“Arreglarse”

5No es ninguna novedad hablar sobre los cánones de belleza que la sociedad impone. Estos patrones se han convertido en la verdad absoluta de la hermosura. Ahora ya no hablamos sólo de la industria de la moda que marca las tendencias en ropa, ahora se nos impone desde el nacimiento qué debe parecernos bonito y qué debe horrorizarnos.

El otro día, tomando un café en Nápoles, mi compañera de piso y yo nos dimos cuenta de que estas exigencias sociales están presentes no sólo en nuestras mentes (bombardeadas día a día a través de televisión y redes sociales) sino que también se han infiltrado en el lenguaje.

Se nos coló en la conversación un “yo es que no soy de arreglarme mucho” que hizo saltar las alarmas. De pronto estábamos analizando una palabra que día a día pasa desapercibida: “arreglarse”. Hay que arreglarse antes de salir, por supuesto. Hay que arreglarse porque una, de por sí, está rota, incompleta, algo le falta. Pintura en la cara y unos cuantos centímetros para “estar a la altura”.

Nos han regalado un saco de características a cambio de que las convirtamos en nuestras y encajemos en un espacio que no nos corresponde. Vivimos por y para contentar a una sociedad que nos ofrece aceptación a cambio de dejar a un lado lo que somos y convertirnos en lo que nos piden (o más bien, nos exigen).

La Real Academia Española define la autoestima como una “valoración generalmente positiva de sí mismo”. Una definición un tanto atrevida a mi parecer,  ¿o será que definieron el término cuando todavía no existía una presión social tan extendida que provocaba que la gente tuviera una visión generalmente negativa de sí misma?

Frustración, trastornos alimenticios, depresión… son sólo algunas de las consecuencias que esta continua persecución del ideal de belleza tiene sobre nosotros. Estas normas, acatadas por todos sin cuestionamiento alguno, distorsionan y deterioran nuestro autoconcepto, nos hacen vivir en alerta para no alejarnos de la estética “correcta” y hacen mella en nuestra autoestima.

No nos gustamos porque tenemos los muslos más gordos que la chica del anuncio, nos vemos horribles porque nos ha salido un grano (y, ¿cómo vamos a salir a la calle así?), nos ponemos hasta arriba de maquillaje cuando queremos impresionar a alguien. Esta obsesión por la estética, esta cultura de la superficialidad, está destrozando uno de los pilares básicos del bienestar psicológico: la autoestima.

La próxima vez que queráis estar más guapas y responder a la demanda social deberíais recordar que quizás maquillando vuestra cara estáis machacando vuestra mente, una mente donde sobran pinturas y falta el que debiera ser el primero de los Derechos Humanos, quererse a uno mismo.

La próxima vez me lo pensaré dos veces antes de volver a decir que «me voy a arreglar».

Por: Eva Cristina Pérez García

Imagen en: Freepik

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