Despiertas y la garganta te arde; toses. Acaba de empezar el día y ya deseas que acabe, pero hay compromisos que atender y ese malestar debe desaparecer. Vas al armario donde guardas tus medicamentos para ponerle fin, pero entre todos los medicamentos, decides tomar un antibiótico[1]. El resultado: no ha hecho nada[2]. Tu despertar acaba por ocupar el resto de tu día. Con este amargo recuerdo decides preguntar en la siguiente visita a tu médico de cabecera qué puedes hacer si esto te vuelve a pasar.
Por: Anónimo
Referencias:
http://aam.org.ar/src/img_up/24072014.4.pdf página 23
Imagen en: https://goo.gl/6uMq6B