La lucha contra la malaria en Roma: el triunfo del fascismo donde fracasaron Césares, Papas y Emperadores (Parte 1)

La historia de la Ciudad Eterna ha estado condicionada por tres grandes actores: la política, la religión y la enfermedad. Las epidemias no solo son una variable necesaria para el estudio de la historia social de Roma e Italia, sino que la propia historia política y religiosa se encuentra entrelazada con la de las llamadas fiebres tercianas. Las nubes de mosquitos del Agro Pontino actuaron de manto protector contra invasores y supusieron también para sus ciudadanos vivir permanentemente bajo la espada de Damocles.

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Giulio Aristide Sartorio, Malaria. (Buenos Aires, 1883)

Pero primero situémonos. La malaria es una enfermedad infecciosa causada por el Plasmodium vivax en la Europa mediterránea, y es transmitida por el mosquito Anopheles, que habita principalmente en las aguas estancadas de las marismas y lagunas insalubres.

Este plasmodio tiene especial querencia por los hematíes jóvenes, a los que parasita. Tras unos 16-50 días, desde la picadura, provoca crisis de fiebre cada 2 días, de ahí el nombre de tercianas, acompañadas de escalofríos, sudoración, artralgias, vómitos y diarreas de 4-6 horas duración. En algunos casos estas crisis terminarán remitiendo con el paso de los meses (y a veces años) y en otros casos la ruptura de hematíes conducirá a una esplenomegalia, cuya ruptura podrá desencadenar una sepsis que conduzca finalmente a un shock séptico y/o hipovolémico.

El paludismo a lo largo de la historia

Se cree que la introducción de esta enfermedad en el mediterráneo occidental se inició a partir del 7.000 a. C. con la aparición de poblaciones semi-sedentarias. La revolución neolítica, a través de la tala de árboles y la transformación de las tierras para cultivo, habría construido un nicho ecológico ideal para el mosquito Anopheles. Pero a pesar de contar con un hábitat favorable, probablemente, hasta el siglo V a. C. la densidad demográfica del mediterráneo central no fue suficiente para que la malaria se convirtiera en una enfermedad transmisible.

Mientras que el ilustre malariólogo escocés Ronald Ross (1857 – 1932) achacó la decadencia de la civilización griega a la introducción del paludismo en esta época, en el caso itálico W. H. S. Jones propuso esta no se habría ocurrido hasta la llegada de las tropas cartaginesas comandadas por Aníbal durante la  Segunda Guerra Púnica (218 – 201 a. C.). Y a pesar de que esta teoría clásica ha sido puesta en duda por la historiografía moderna, se suele situar entre los II y III a. C. la introducción del paludismo en la península.

De cualquier forma, en los tiempos de Catón el Viejo (234 a. C. – 149 a. C.) esta enfermedad era bien conocida (De re rustica: “Y si la bilis es negra, el bazo está hinchado”)  y el célebre censor romano ya aconsejaba antes de adquirir una granja, asegurarse de que esta se encontrara en un lugar saludable si no quería ser víctima de estas fiebres.

Siglos después,  Celso (50 d. C.) describiría con todo detalle las fiebres cotidianas, las tercianas y cuartanas, su estacionalidad (otoño) y la especial mortalidad que causaba entre los niños; de la misma forma que lo haría Galeno, quien diferenció el origen de las tercianas; de accesos de fiebre en días alternos y causadas por la bilis amarilla; de la de las fiebres cotidianas, de acceso diario y originada por la flema.

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El fantasma del pantano. Maurice Dudevants (crítica 1920). Reproducción de una alegoría de la malaria en grabado.

La causa del este paludismo, que acompañaría a los romanos durante los próximos milenios, parece que se encontraba en las Lagunas Pontinas (Agro Pontino it.), una antigua zona de marisma de la región del Lacio de 775 km cuadrados. Antiguamente había sido una rica zona agrícola explotada por los volscos, pero tras su expulsión, y debido también a cambios naturales de los cauces de los ríos de la región, estas llanuras de inundación se habían convertido para la época de la República en marismas insalubres que quedaban anegadas por el mar con las tormentas y provocaban que el delta de los ríos retrocediera cada vez más hacia el interior.

Las ilustres víctimas de las fiebres romanas

Uno de los invasores más conocidos que cayó víctima del paludismo fue Alarico I  (370-410 d. C.), rey de los visigodos, que tras saquear Roma intentó proseguir su campaña hacia el sur, en dirección a la Campania, Apulia y Calabria, donde terminaría muriendo fruto de las fiebres tercianas. Algo similar le ocurrió a Flavio Belisario, el conocido general bizantino que en el año 536 d. C. cuando consiguió liberar Roma del yugo de los ostrogodos sometiendo a los invasores mediante el hambre y la sed, al destruir las granjas y acueductos que rodeaban la ciudad.

A estos daños se sumarían el derribo de murallas y acueductos ordenados por el rey ostrogodo Totila que asedió la Roma bajo dominio bizantino (544 – 546), provocando la entrada de las marismas en las tierras bajas de la ciudad eterna y la escasez de agua potable en las tierras altas.

Entre la nómina de fallecidos por el paludismo romano encontramos al monje benedictino Agustín de Canterbury (604 d. C), a Otón I el Grande (962 d. C) que entró en la ciudad imperial para deponer a Juan XII, así como su sucesor Otón II (983 d. C). Pero si hay un colectivo que sufrió especialmente las consecuencias de las fiebres tercianas fue el de los Papa, destacando entre ellos el primer pontífice alemán, Gregorio V (999) y Dámaso II (1048), que falleció a los 23 días de ser elegido.

La situación empeoró durante el siglo XIII en el que 17 Obispos de  Roma cayeron víctimas de las fiebres tercianas. En 1287 la malaria se adelantó a la elección, causando el fallecimientos de 6 de los 16 cardenales que asistían al Cónclave. Después de la huida de los electores, y habiendo transcurrido casi un año desde el fallecimiento del Papa, el único cardenal que había permanecido en Roma, el franciscano Girolamo Masci, era elegido nuevo Sumo  Pontífice bajo el nombre de Nicolás IV. La situación solo mejoró durante el breve periodo que la Santa Sede fue trasladada a Aviñón (1309 – 1377), para volver a empeorar con las muertes de los papas Sixto V y Urbano VII.

Desde los Estados Pontificios al Reino de Italia: la eterna lucha contra las marismas

Tras los intentos de la República, el sanear las Lagunas Pontinas se había convertido en el sueño irrealizable para todos los gobernantes de Roma hasta la llegada de Leonardo da Vinci y el papa León X. Y aunque la muerte el Sumo Pontífice dejó inacabado el proyecto de construir dos canales hacia el mar, uno que debía dirigir las aguas de las marismas superiores del Rio Martino, y otro que debía transportar la de las marismas inferiores del Rio Giuliano, este sería retomado en el siglo XX durante el periodo fascista.

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El jardín de Ninfa en las Lagunas Pontinas antes de la Bonifica Integrale de Mussolini

A pesar de ello, los intentos prosiguieron con el Papa Sixto V y Pio VI quienes consiguieron construir una red de canales que sanearon gran parte de las lagunas de las poblaciones cercana de Sezze y Terracina; hasta que la invasión de Italia por parte de las tropas napoleónicas y el destierro de Pio VII detuvo los trabajos de saneamiento de las lagunas pontinas. Y aunque durante un breve periodo, el propio Napoleón impulsó que se retomaran estas obras, el problema del paludismo siguió presente, azotando a las tropas de Garibaldi en su intento de la toma de Roma y también en el año 1870, cuando finalmente el ejército italiano se hizo con el control de la ciudad eterna, declarándose Pio IX “prisionero en Roma”.

La relevancia de la problemática del paludismo se puso de manifiesto tras la Unificación de  Italia (1861) y los intentos de vertebrar el Norte con el Sur a través del ferrocarril. Aunque la problemática de las grandes ciudades era conocida y se habían realizado distintos intentos para encauzarla, los nuevos gobernantes del Reino de Italia se encontraron que las zonas rurales sufrían de un severo paludismo cuya afectación se desconocía hasta que en 1878 la Comisión Parlamentaria del Tren, denunció las dificultades a las que se enfrentaban debido al gran número de trabajadores que caían víctimas de las fiebres. De los 4.445 empleados en el ferrocarril de Sicilia, 2.200 fueron víctimas de la malaria. Además la propia construcción de las vías férreas suponía que los terraplenes elevados dañaban las dunas, impidiendo el drenaje de las vías navegables y creando marismas en su lado interior, sin olvidar que el agua de la lluvia se depositaba en las cunetas excavadas, favoreciendo la cría de mosquitos.

Quedó claro por lo tanto que la 4modernización que conllevaba la llegada del ferrocarril era inseparable de una lucha sin cuartel contra el paludismo. Situado entre las principales prioirdades de la agenda política solo quedaba conocer la magnitud del problema, se estimó que de los 25 millones de italianos 11 vivían en situación de riesgo permanente de malaria y que de estos 2 millones caían enfermos anualmente, causando al menos el fallecimiento directo de 15.000 personas.

En las décadas siguientes los trabajos de desecación y saneamiento se intensificaron, acompañadas de campañas sanitarias antimaláricas con más o menos éxito y diversos intentos para retomar el cultivo de las tierras desecadas. A este respecto, poco antes de la llegada al poder de Mussolini, se destapó el scandalo delle Pontine de malversación de fondos públicos en el que se vio implicado el senador y marqués Giovanni Cassis y la Società Anonima Bonifiche Pontine, encargada de adquirir 6.000 hectáreas a la familia patricia de los Caetani para repartirlas posteriormente entre los empleados que habían trabajado en la recuperación de las marismas.

Adrian Hugo Aginagalde Llorente

Bibliografía fundamental:

  • Robert Sallares. Malaria and Rome: A History of Malaria in Ancient Italy. Oxford University Press (2002).
  • Frederick  F. Cartwright, Michael Biddiss. Grandes pestes de la Historia. Editorial El Ateneo (2005).
  • Frank Snowden. The Conquest of Malaria: Italy, 1900-1962. Yale University Press (2006).
  • Xavier Sistach. Insectos y hecatombres II. Historia natural de las enfermedades transmitidas por mosquitos, moscas, chinches y garrapatas. RBA (2014).

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