La resiliencia se define como la capacidad de superar los problemas y sacar algo de ellos, es decir, de sobreponerse a una situación complicada y aprender de ella, desarrollando así nuestra capacidad a la hora de enfrentarnos a nuevos retos.
La definición, por sí sola, provoca unas ganas un tanto paradójicas de que se nos presente alguna adversidad. ¿Tendré de “eso” yo también? ¿Podré convertirme poco a poco en una especie de máquina perfecta capaz de salir intacta de cualquier situación? Parece que la palabra nos invita a demostrarnos a nosotros mismos si somos capaces de ser tan capaces. Es todo un reto.
Pero entonces llega el día, y nos encontramos cara a cara con un cachito agrio de la realidad, con la incomodidad de una situación que no sólo nos saca de nuestra zona de confort, sino que nos empuja a las profundidades de un abismo que se encuentra en el sentido opuesto al que nos dirigíamos. Es ahí donde, dejando a un lado la belleza poética, surge la resistencia a la resiliencia.
Nuestra autocompasión, nuestro convencimiento de que la desgracia es nuestra y sólo nuestra, nos adentra en un callejón sin salida y nos impide poner en práctica esta aptitud. Esta resistencia no es más que un obstáculo que nuestra cabeza se empeña en estacionar delante de nosotros, una obstrucción que pretende deteriorar nuestro talento a la hora de repararnos y recuperarnos de lo que parece imposible. No podemos explicar por qué pasa, pero es algo muy común.
Nuestro cerebro es una máquina fascinante y extraordinaria, pero también imperfecta. Y esta imperfección constituiría una condena desde el nacimiento si no fuera porque va unida a una colosal capacidad de aprendizaje. Todos los procesos psicológicos nos ayudan a “sobrevivir”, pero no debemos olvidar que la cabeza también se educa y que somos nosotros los que tenemos en nuestras manos la posibilidad de enseñarnos cómo reaccionar en función de nuestros deseos. La mente humana es capaz de dejar la resistencia a la resiliencia atrás y aprender a enfrentarse con más seguridad a todo lo que se le presente.
Por eso vamos a dejar de resistirnos, vamos a dejar de hablar de “personas resilientes”, porque para hablar de estas primeras debería existir un segundo grupo de “personas no resilientes”, y ¡sorpresa! Ese grupo está apagado o fuera de cobertura. Vamos a dejar claro que la resiliencia es inherente al ser humano y, con eso en nuestras mentes, vamos a salir a primera línea de combate.
Eva Cristina Pérez García
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